Desde la primera vez que escuché su nombre, poco a poco en mi mente se afianzó como una especie de lugar irreal. La Sala de Conciertos de la Biblioteca Luis Ángel Arango pertenecía a ese entorno cultural preciado y lejano en el cual se constituía Bogotá desde mi perspectiva en Cali, la ciudad donde crecí. No imaginaba yo que varios años después este santuario de la música en Colombia se convertiría en un lugar tan importante para mi vida artística, siendo para mí y para muchos de los músicos a mi alrededor un punto de referencia, partida y llegada de miles de sueños y aspiraciones.

Con estas palabras el violonchelista Jorge Iván Vélez describía, en 2016, sus impresiones en torno a la Sala de Conciertos de la Biblioteca Luis Ángel Arango. Para entonces se celebraban los cincuenta años de la Sala y su testimonio se incluía en el programa de mano del concierto conmemorativo, el cual reunía las memorias y reflexiones de muchos artistas que a través de los años han desarrollado lazos entrañables con este recinto. Adicionalmente, en el libro Si las paredes hablaran, publicado por el Banco de la República a finales de 2015 como parte anticipada de la misma conmemoración, la primera fotografía del escenario de la Sala de Conciertos corresponde al concierto de Jorge Iván Vélez debutando como solista en la Serie de los Jóvenes Intérpretes en abril de 2015. La relación que Vélez ha ido entretejiendo con este lugar y su audiencia ha quedado plasmada en los archivos históricos del Banco de la República. Esta relación resuena con muchas historias personales de jóvenes artistas que, con el pasar de los años, han crecido en torno a la Sala y han logrado construir de manera colectiva el patrimonio cultural, aquel que enriquece nuestra realidad artística actual y que será el cimiento para las generaciones venideras en esta constante creación de cultura colectiva.

El pasado jueves 14 de julio Jorge Iván Vélez regresó a la Sala de Conciertos para lo que sería su última presentación como solista en el marco de la Serie de los Jóvenes Intérpretes. Fue un concierto conmovedor, lleno de muchas alegrías y puntos positivos por destacar. Luego de un prolongado periodo de incertidumbre, donde la aparición de los seleccionados para participar presencialmente en la serie de conciertos parecía cada vez más complicada, el retorno al escenario para finalmente cristalizar aquella propuesta que casi dos años atrás le había concedido el triunfo en un proceso de selección muy exigente, brillaba con una luz esperanzadora.

El primer aspecto que quisiera resaltar es la asistencia; la Sala estaba notablemente poblada y proyectaba un ambiente de optimismo y camaradería. El público era bastante variado; reunía asistentes de edades muy diversas, así como también acogía no solo a músicos, antiguos mentores y colegas del solista, sino también familiares, amigos y algunos visitantes que posiblemente de manera desprevenida asistían a la Sala para complementar sus rutinas lúdicas de media semana. Una audiencia tan diversa como la del jueves 14 de julio es un elemento muy enriquecedor para un concierto; la propuesta artística nutre de maneras muy diferentes a cada espectador al tiempo que permite entablar vínculos que resuenan de forma especial de acuerdo con las expectativas de cada asistente. Al final del concierto una cálida ovación a los artistas se transforma en un acto de comunión, donde público y solistas celebran aquel diálogo de percepciones estéticas compartidas.

Otro elemento que vale la pena mencionar es el tipo de repertorio escogido. Especialmente en los conciertos de jóvenes instrumentistas en formación, los repertorios propuestos muchas veces desembocan en un popurrí de selecciones que, con la intención de demostrar la versatilidad del intérprete, el público debe aguantar una árida excursión por los estilos más representativos para el instrumento. Lamentablemente, en estos casos, los objetivos parecen más curriculares que expresivos y muchas de las obras no parecen resonar con los intereses del intérprete. El repertorio propuesto por Jorge Iván, en compañía del pianista Miguel Pinzón, fue completamente diferente; permitió desplegar una línea expresiva donde cada obra parecía preparar a la audiencia para la siguiente selección a medida que el pianista y el violonchelista compartían momentos de sofisticado refinamiento camerístico. La selección de repertorio fue muy bien pensada y su ejecución mantuvo una excelente consistencia interpretativa.

El concierto inició con las Variaciones WoO. 46 de Beethoven sobre un tema de La flauta mágica de Mozart, una obra fascinante. La interpretación de Vélez y Pinzón fue inicialmente discreta; el tema y las primeras variaciones fueron bastante recatadas, pero a medida que la obra se desenvolvía, el piano, en conversación con el violonchelo, fueron abrazando a la audiencia de manera cada vez más cálida. La segunda obra, la Sonata para violonchelo y piano, Op. 119 de Prokofiev permitió que los intérpretes demostraran unas capacidades expresivas mucho más ambiciosas; la obra es claramente retadora tanto por sus exigencias técnicas como por la complejidad de su lenguaje musical. La interpretación fue bastante madura, llena de contrastes tímbricos y controladas interacciones rítmicas resueltas con maestría y gran expresividad.

Luego del intermedio, el concierto reabrió con la Suite No. 1 para violonchelo solo del compositor colombiano César Augusto Zambrano, quien nos acompañaba desde la audiencia; una obra genialmente organizada donde la tradición musical colombiana adopta la influencia de la suite barroca para generar una expresión única. La interpretación de Vélez fue bastante acertada, aunque siento que en este tipo de repertorios siempre se podrían generar contrastes más aventurados entre las diferentes secciones de cada movimiento. La obra de Zambrano permite que el intérprete explore diferentes estilos donde la seriedad y jovialidad parecen complementarse como caras opuestas de una misma moneda. A medida que el concierto llegaba a su fin, la obra de Zambrano preparaba a la audiencia para desembocar en la Pampeano No. 2 de Alberto Ginastera. El ensamble de Vélez y Pinzón cerraron con una propuesta sonora imponente, llena de libertades y decisiones musicales arriesgadas que fueron brillantemente resueltas; ambos músicos lograron una conexión artística profundamente arraigada en las intenciones musicales del compositor.

El concierto fue una experiencia muy grata de principio a fin; la sincera y refinada expresión musical compartida con la audiencia marcó el ocaso de un ciclo para Jorge Vélez. Con seguridad volveremos a encontrarnos con él en nuestra Sala de Conciertos, pero ya no dentro de la Serie de los Jóvenes Intérpretes. Su versatilidad como violonchelista y su profunda expresividad musical serán cartas de presentación que ojalá nos acompañen por muchos años.

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Foto del concierto del violonchelista Jorge Iván Vélez (Colombia) - Temporada Nacional de Conciertos 2022