Al igual que sucede con la noche, con ese momento de oscuridad y silencio justo antes del amanecer, la guitarra, sola en un escenario, hace que todos los sonidos se escuchen más fuerte. Este instrumento y su íntima voz obligan, a todos aquellos dispuestos a escucharla, a prestar un tipo de atención, a tener una experiencia sonora que las naturalezas de otros instrumentos opacan. No es fácil asistir a un concierto para guitarra sola, su timbre no es apreciado por todos; las notas que de ella salen suenan bajo y duran poco. Pero mucho más complicada es la tarea de prepararlo; es un reto seleccionar un repertorio que sea fácil de comunicar, que logre a su vez exaltar tanto las particularidades de cada obra como las cualidades del instrumento y del intérprete y que, además, la actuación deje felices a quienes asistieron.

La guitarra suele ser más apreciada en contextos populares que académicos, y las críticas a su discreto volumen no son infrecuentes; no todos los escenarios logran exaltar sus especiales cualidades, pero, si hay uno que es capaz de hacer cantar a la guitarra sin temor a que su voz se pierda, es la Sala de Conciertos de la Biblioteca Luis Ángel Arango. En equipo con Juan Manuel Molano, este espacio ofreció un concierto en donde la guitarra habló de muchas formas, viajó a muchos lugares y revivió una gran cantidad de sonidos. El encuentro del pasado jueves 28 de julio reunió grandes nombres: Manuel de Falla, Manuel María Ponce, ‘Lucas’ Saboya, Sérgio Assad y, desde luego, Joaquín Rodrigo; todos referentes ineludibles para quienes se dedican al estudio de este instrumento de cuerda pulsada.

Tuvo, además, una pincelada de tertulia; un agente didáctico que pocas veces se ve en la Serie de los Jóvenes Intérpretes, quienes frecuentemente adoptan una posición tímida, pero siempre respetuosa con el público, la música y los compositores. Juan Manuel, aunque siempre respetuoso, empujó los límites de lo habitual en este tipo de conciertos, y narró una historia a partir del programa que había preparado para nosotros: comenzó en Francia y aterrizó en Brasil. Nos contó las historias detrás de las piezas y, de la mano de sus protagonistas, hizo visibles los hilos que las unían.

El guitarrista, lamentablemente, no pudo escapar a los descontentos sociales que se manifestaron en años pasados, justamente en los días de sus conciertos, entorpeciendo el ya aparatoso tráfico de Bogotá. Pero el escaso público no importó; para el joven intérprete esto no fue un impedimento y, así, compartió su música y los relatos detrás de la misma, como si todas las sillas de la Sala estuvieran ocupadas. Aunque pocos, los que estuvimos nos sentimos atraídos por el formato de tertulia e, inmersos en ella, prestamos la atención que el instrumento requiere, una atención que Juan Manuel logró captar con su sonido: claro, mas no agresivo; dulce, mas no pasivo; algo alcanzado por pocos en el mundo guitarrístico.

El concierto nos mostró variopintas formas de leer el pasado, y la organización del programa estaba fríamente calculada: la primera parte estuvo dedicada a la tradición, cuya cuna se encuentra en el antiguo continente; la segunda parte, que nos dejó escuchar un sonido completamente diferente al que se nos había mostrado antes del intermedio, miraba a las nuevas generaciones, ahora en acento latinoamericano.

Si bien el público se mostró mucho más emocionado con el segmento conclusivo, Juan Manuel siempre tuvo su norte en la comunicación con este; nunca sacrificó la claridad, la dicción o la calidad del sonido, ora por volumen, ora por velocidad, que parecieran ser los fines más deseados en el mundo de la guitarra solista, más aún, tratándose de un programa que incluye las Tres piezas españolas de Joaquín Rodrigo. Esta pieza, que habitualmente es de las más esperadas por los guitarristas, se vio ciertamente opacada (no por falta de mérito del intérprete o de la obra misma) por los paisajes sonoros latinoamericanos que nos dibujó la música de Saboya y Assad y, sobre todo por el bis; el arreglo de Roland Dyens sobre la música de Luiz Bonfá y ‘Tom’ Jobim. A felicidade, esa obra insignia de la bossa nova que, en manos de Juan Manuel Molano, parecía hacer una analogía entre la felicidad y el sonido de la guitarra: fugaces y efímeros como una pluma en el viento, pero capaces de hacer soñar a quienes se atraviesan en su camino.

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Concierto de Juan Manuel Molano (Colombia), guitarra - Temporada Nacional de Conciertos 2022