Dos fuerzas atraviesan esta obra de la misma forma que atraviesan a Barranquilla: el carnaval y la violencia patriarcal. Los personajes de Por eso yo me quedo en mi casa, de Kirvin Larios, infligen y sufren la violencia macha, pero al mismo tiempo encuentran en la fiesta, el desparpajo y la algarabía la forma no sólo de enfrentar esa violencia sino de desarticularla. El libro está escrito con un lenguaje sencillo y poético, un lenguaje literario que por momentos pareciera no querer ser literario, y que se burla de sí mismo, como cuando en uno de los cuentos leemos: “Llego a la banca con la cabeza todavía en alto, absorto y extasiado bajo la arrugada luz crepuscular. Arrugada luz crepuscular, ¡cómo se ve que estoy inspirado!”. Así, y a lo largo de todo el libro, ese lenguaje literario, sencillo y poético, pasa a llenarse de expresiones coloquiales barranquilleras como “Estamos full ebrios”, “Qué mondá está pasando”, “Estoy pasándola barro”.

El libro también está lleno de metáforas de lo que el mismo libro es. Leemos, por ejemplo, que uno de los personajes es capaz de crear o, más bien, de sacar de sí, un vómito superdesarrollado. Que otro convierte su cámara en una “máquina profanadora”. Que otra, cuando está desesperada, sale a la calle y busca la forma de ensuciarse. Que otro más busca conscientemente la ebriedad para tolerar las convenciones familiares. Y todo eso es este libro sorprendente: un vómito superdesarrollado, una máquina profanadora, una forma de ensuciarse y ensuciarnos, una borrachera que nos ayuda a vencer la convención. 

Mira la conversación de Kirvin Larios con el escritor Giuseppe Caputo, parte del ciclo Primeras impresiones:

 

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Por eso yo me quedo en mi casa, de Kirvin Larios