Germán Ferro es geógrafo y antropólogo con un doctorado en Historia de la Universidad Andina Simón Bolívar de Quito que ha desarrollado buena parte de su comprensión del río Magdalena en las caminatas y viajes que ha hecho desde muy joven. Hoy es curador del Museo del Río Magdalena en Honda. La conversación se enfocó en la pregunta sobre cómo abordar los desafíos que plantea convivir con el río Magdalena y, en sus palabras, “no ahogarse en la indiferencia”.

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Sobre el valor del río Magdalena dijo:

“El río Magdalena nos ofrece un lugar privilegiado para pensar y conectar numerosos aspectos de lo que es Colombia. Así, el río ofrece un marco epistémico potente y un modelo de aproximación a otros ríos y, en general, a otras realidades. Este río es un constructor de nación, abre la posibilidad de romper estereotipos y modelos mentales de los cuales muchas veces cuesta salir. Mirar el río es mirar a Colombia, por su carácter conector, por ser un eje Norte-Sur, al ser navegable casi en su totalidad. Visto así, este río es en realidad un río-mundo, un proceso civilizatorio”.

Sobre la experiencia de viajar por el río:

“A mí viajar me dio una estructura de pensamiento, que se refleja en la metodología que planteo en el Museo del Río Magdalena. La experiencia de viajar del nacimiento a la desembocadura consiste en dislocar la mirada a través del encuentro directo. Ahí uno entiende que el río puede ser otras cosas, por ejemplo, una herramienta pedagógica. Y ahí uno entiende que hablar del río como patrimonio y paisaje, como casi todo el mundo lo hace, es blando y superficial”.

Sobre el Magdalena como nombre:

Basta mirar esa palabra, y ver todas las palabras que también fue y marcan su historia, para ver el peso cultural que trae el Magdalena. Así fue nombrado, hegemónicamente, por el mundo hispánico que le hizo un corte histórico a la cultura por medio de una mirada cristiano-católica. Pero el río tuvo y tiene múltiples nombres, fijados por quienes lo han habitado. Entonces también es el río Yuma, el Río Sagrado, el Río de las Tumbas, el Río del Pez y el Río del Caimán. Ubicarse en el Magdalena a través de sus nombres es ganar panorama de país y ver como un río, incluso desde posturas filosóficas muy profundas, es uno y múltiple a la vez”.

Sobre el río como civilización:

“Pensemos en el Magdalena incluso como cuenca, y eso lo hace a uno llegar hasta sus tributarios, uno de los cuales es el Cauca. Ahí el Magdalena es la totalidad –me gusta pensar en la imagen de la espina de un pescado–, pero también es una especie de gran hermano. Pensarlo así, en esa dimensión, es sacarlo de la idea básica de que es un conducto de agua. Es pensarlo como un proceso, como una larga ocupación y una construcción: de poblamientos, de recursos humanos, de ejes agricultores”.

Sobre la geografía del río: 

El río es también una expresión de la multiplicidad de paisajes. Atraviesa todo. Nace a 3.865 metros del nivel del mar, y en Mompox, en la depresión momposina, está debajo del nivel del mar. Y luego llega al mar. También es un río tropical, es decir, vigoroso y café, un sistema erosivo de sedimentos muy jóvenes y de arenas flotantes. Tiene muchos meandros y brazos que le dan su carácter y una conformación muy particular: forma grandes islas y es bimodal con tiempos de lluvia y tiempos de sequía”.

Sobre el río, la navegación y el desarrollo:

El Magdalena ha sido un asunto de discusión a nivel nacional por su carácter de ser navegable por todo el territorio. Es un río colombiano total, nace y muere en Colombia, y a partir de ahí se definió el sistema de control y administración colonial hispánica. Fue una especie de cremallera de conexión y control del territorio. Luego, en la segunda mitad del siglo XX, ese proceso se truncó y entró en declive. Sin embargo, pienso que eso no le ha quitado al río su permanente preocupación sobre la importancia de la navegabilidad. Así, el río no es un pasado nostálgico, sino un futuro y una esperanza, y un eje de construcción de paz”.
Imagen principal Media
Acuarela Orillas del Magdalena. Mercado en Mompox, François Désiré Roulin. Colección de Arte del Banco de la República