En el año de 1670 el bachiller Pedro Solís de Valenzuela hizo donación de un "glovo de tierra" a la capellanía de la Ermita de Monserrate. De esta propiedad, la Ermita dispuso hasta el 29 de enero de 1800, cuando el persbítero domiciliario y capellán de la misma, canónigo José Torres Patiño, vendió en la suma de 150 pesos oro, al acaudalado comerciante José Antonio Portocarrero, contador principal de la Renta de Tabaco en Santafé.  Según reza la escritura, la venta se hizo con la condición de no volverla a vender ni cambiar a otra capellanía o comunidad eclesiástica. El lote adquirido, de cien varas castellanas en cuadro, estaba ubicado en el sitio llamado de la Toma de la Aduana. Son numerosas las referencias a la amistad del señor Portocarrero con el virrey José Antonio Amar, y a la veneración profesada a la virreina, doña Francisca Villanova. Al parecer, el interés por agasajar a estos personajes lo movió a adelantar la construcción de la quinta, la que debió iniciar luego de la llegada del virrey en 1803, y su veneración quedó registrada en el comerdor en una alegoría de Cupido que rodeaba la inscripción "Amar es mi delicia". La inauguración se realizó con una espléndida fiesta en el día del cumpleaños de la virreina. La residencia, construida con propósitos de ser una quinta campestre, estaba dotada de las comodidades propias de la época, en una ciudad que escasamente llegaba a los veinte mil habitantes, y que no era una de las principales capitales de las posesiones españolas.

El propietario inicial disfrutó de la Quinta pocos años, ya que murió el 1 de enero de 1810, y la finca fue heredada por su hija, Tadea Portocarrero de García del Castillo. El esposo de esta señora militó en el bando realista durante la Independencia, lo que obligó su exilio, razón por la cual el inmueble sufrió el descuido y el abandono, ya que sus propietarios, los hijos menores de Doña Tadea, no podían darle el mantenimiento adecuado. Al finalizar las guerras de Independencia, la Quinta es descrita como a punto de desaparecer por el creciente deterioro que había sufrido. En ese momento, 1819, la Quinta no tenía dos décadas de construida.

El Dios de Colombia

Una vez lograda la Independencia, el alto gobierno resolvió adquirir la propiedad con el propósito de obsequiarla a Simón Bolívar. Este regalo era un reconocimiento a los servicios prestados por el Libertador, pero también era el resultado de la falta de una vivienda adecuada a su rango de primera autoridad. Recordemos que luego de la batalla de Boyacá, Bolívar se alojó en la llamada casa de gobierno, que era el antiguo palacio virreinal, descrito entonces por un viajero como una construcción modesta, de escaleras sin nobleza, de galerías bajas y sin gusto. El viajero sueco Carl Augusto Gosselman relata: "El antiguo palacio de los virreyes que actualmente es la residencia de los presidentes [...] Pudiéramos decir que tal palacio no tiene belleza exterior ni interior".

La compra se realizó por un valor de dos mil quinientos pesos, y la escritura se firmó el 16 de junio de 1820. En la descripción de la escritura se lee: "...una quinta de tapia y teja baja circulada de tapias bordadas de teja situada del cerro de Monserrate a los márgenes del río San Francisco". Su estado es detallado de la siguiente manera: "una finca de lujo, y nada productiva [...] la finca iba deteriorándose en términos que si se dejaba pasar un año, caería en el abandono y se arruinaría...". Al final de documento, el gobernador José Tiburcio Echeverría declaró que dicha compra la hacía a nombre del vicepresidente, el general Santander, y del Estado, y dejó constancia de la necesidad de mejorar la finca para entregarla en situación presentable a Bolívar. Pero las penurias presupuestales que agobiaban al gobierno impidieron hacer efectivos los propósitos iniciales, pues los gastos de las reparaciones tuvo que asumiralas Bolívar. 

Al parecer, el Libertador ocupó la Quinta por primera vez en enero de 1821, momento en el cual no se había alcanzado a iniciar las reparaciones de la casa. Luego vuelve a ocupar la estancia en los meses de noviembre y diciembre de 1821. Por el texto siguiente se puede deducir que las adecuaciones de la vivienda no se había efectuado. En efecto, en carta de Bolívar a Santander fechada en Cuenca el 27 de octubre de 1822, éste le solicita el arreglo de la finca: "Mándeme usted componer la Quinta, que es donde voy a vivir por enfermo, como usted mismo me ha indicado con mucha razón...". La respuesta de Santander no se hizo esperar: "No tenga cuidado por la Quinta que aquí procuraremos París y yo componérsela regularmente. Le costará sus mil a mil quinietos pesos, puede quedar de gustp y muy digna del Libertador de Colombia...". A juzgar por esta respuesta, la Quinta necesitaba de amplias reparaciones. Santander calculaba su costo en la mitad del valor de compra que se había pagado por la propiedad dos años antes. Al parecer fue en este momento cuando se cambió la alegoría que Portocarrero había mandado a pintar en honor del virrey Amar por otra que decía: "Bolívar es el Dios de Colombia".

Pero el Libertador solo regresó a ocupar la Quinta el 14 de noviembre de 1826, cuando se alojó allí por diez días. Durante sus años de ausencia, entre1821 y 1826, un pariente del Libertador, Anacleto Clemente, habitó la Quinta, dejándola en tan mal estado que, ante la proximidad del regreso de Bolívar a Bogotá, Santander le envió una comunicación el seis de agosto de 1826 donde le manifestaba: "Hice emplear muchos pesos en componer la Quinta que dejó Anacleto arruinada, y aunque no quedará de gran lujo, quedará de gusto y mejor que nunca. Si usted quiere que se pasen estos gastos a su cuenta de sueldos atrasados, me alegraré mucho...Acuérdese que de sueldos atrasados no le debemos menos de cien mil pesos, y los que no se gastarán en la Quinta no pasarán de dos mil, según el cálculo de Arrubla, a quien he encargado de esta composición...". En poco más de cuatro años ya se había gastado en reparaciones mucho más que lo que había costado la Quinta en 1820. Días después, Santander vuelve a comunicarse con el libertador para darle cuenta de la terminación de las obras. En carta fechada el 21 de septiembre decía: "Su Quinta se la tengo bien compuesta y decente. Hemos echado mano de sueldos viejos atrasados para que siquiera sirvan para proporcionar un desahogo a quien tanto lo necesita y merece. Vergüenza me diera que usted se alojara como antes y se sirviera de muebles prestados. Juan M. Arrubla me ha servido mucho en esta operación...". El texto anterior nos indica que en septiembre de 1826 fue cuando se realizaron las reparaciones y amoblamiento definitivo. 

Todo indica que la administración del inmueble estaba bajo las órdenes directas de Santander, desde el momento de su compra hasta cuando las relaciones de éste con Bolívar se deterioran en 1827. En efecto, el 10 de agosto, cuando Bolívar regresaba de Venezuela por el río Magdalena, le escribía desde Mahates a su amigo París: "Tenga la bondad de acercarse al general Santander y pedirle la quinta que será mi posada...". Allí pasó al menos el mes de noviembre de 1827, momento en que le tocó un fuerte sismo que produjo numerosos averías en la ciudad, acontecimiento que comentó de la siguiente manera en carta al general Briceño: "El 16 por la tarde hemos tenido un fuerte terremoto; de resultas de él ha quedado la ciudad...".

Es durante esta cuarta estancia del Libertador, cuando entra en escena Manuelita Sáenz, quien se alojó en la Quinta luego de que el Libertador se ausentó en dirección a Bucaramanga, con el propósito de seguir de cerca los acontecimientos de la Convención de Ocaña. Con Manuelita, la condición de la Quinta cambió radicalmente, y de ser un lugar de reposo se convirtió en un activo club  político, donde se reunían los partidarios de Bolívar a comentar las noticias y a confabular contra el grupo de Santander. Todo indica que durante este período Bolívar prefería el palacio de gobierno a la Quinta. Fue entonces cuando, el 24 de julio de 1828, día de San Simón, los contertulios celebraron el natalicio del Libertador. Para ello, el batallón "granaderos" acampó en tiendas alrededor de la Quinta, y en las colinas cercanas realizó diversos simulacros militares; al oriente de la Quinta se dispuso de "novilla a la llanera", barriles de chicha y canastos de pan para distribuir a los espectadores.

En estos años la casa era descrita como en buen estado y arreglada con decoro, Bolívar había hecho instalar una chimenea a la prusiana en mármol blanco, en una habitación que se denominaba "el cuarto de la estufa". Los jardines estaban en muy buen estado, según una descripción de Gosselman en 1826: "Hacia la izquierda de este paseo se encuentra la Quinta de Bolívar, donada por la nación al presidente y único regalo que éste ha recibido por tantos favores hechos en bien de la República. Siguiendo una angosta senda que da vueltas por la orilla oriental de la ciudad, en los cerros se llega a un jardín cercado por un muro de tierra y arbustos que rodean la pequeña vivienda. Una cantidad inmensa de rosas silvestres, alelíes y claveles acompañan a cuadras de fresas. Otro sector está sembrado de césped que muestra inscripciones como: "Viva Bolívar...Boyacá...Carabobo", etc. Una grata visita tiene la construcción erigida en esa pendiente de los cerros, donde se observan las espaldas de Bogotá y una amplia perspectiva de la ciudad y la sabana que se extienden a sus pies, lo mismo que los montes muestran sus alturas y vertientes andinas, aún vírgenes. "La planta inferior de esta construcción es una casa destinada al baño y mantenida con las cristalinas aguas del arroyo cercano. Es este el sitio que el Libertador acostumbraba visitar en los pocos momentos en que él se encuentra en Bogotá. Por todo lo detallado no resulta extraño que prefiera esta casita al ya descrito palacio presidencial, en el sector de la plaza principal de la capital".

 Desde fines de septiembre hasta fin de diciembre de 1828, estuvo allí Bolívar antes de salir a atender los sucesos de Perú. En su ausencia, la Quinta fue habitada por su amigo Mariano París, hasta cuando regresó el Libertador y vivió en ella entre el 15 y el 28 de enero de 1830. 

En último día de su estancia en la Quinta y faltando poco tiempo para dejar la capital para siempre, Bolívar firmó la escritura en que transpasaba el dominio de la propiedad a José Ignacio París. En ella describe a la Quinta como una propiedad "situada en el Barrio de las Nieves de esta capital al pie del cerro de Monserrate, junto al río de San Francisco que sale del Boquerón, la cual hubo por cesión que de ella le hizo la Muy Ilustre Municipalidad de esta capital, en el nombre de todos los ciudadanos de ella ha dispuesto Su Excelencia, por el amor y adhesión que le tiene al señor José Ignacio París, de esta vecindad, en concedérsela gratuitamente". París expueso "que la aceptaba, y que, en su virtud, tributaba a Su Excelencia las más expresivas gracias por este favor, siendo eterno su reconocimiento". La donación realmente fue hecha a su hija, Manuela París, quien por ser menor de edad no la pudo recibir, efectuándolo su padre en nombre de ella. La Quinta era conocida con el nombre de Quinta de Portocarrero.

Una descripción, de José Caicedo Rojas, ilustra el estado de la Quinta antes de iniciar su decadencia: "Era entonces esa Quinta lugar favorito de las principales familias de Bogotá para sus frecuentes partidas de campo, cuando se hallaba deshabitada, y los días de solaz que allí dulcemente se pasaban en el baile, en el baño, en el paseo han dejado recuerdos que no se borran nunca. Sus contornos estaban alfombrados de verde césped por donde descendía, entre pintorescas colinas y ribazos, solitarios y vírgenes, el riachuelo del Boquerón. Estaba rodeada la casa de bellos jardines y de árboles corpulentos y a su sombra había, artificiosamente dispuestas, galerías cubiertas de enredaderas, cenadores y rutas caprichosas; bañada, por doquiera, por abudantes y puras aguas, en cuentes y surtidores de mármol. En el patio interior, un torrente conducido por un atanor de seis pulgadas de calibre, caía, estrepitosamente, en un receptáculo de piedra, a la altura de cinco pies, esparciendo en toda la casa y jardines un rumor apacible y delicioso. Al baño alto, y al mirador que sobre él estaba, conducía un angosto sendero, pendiente y tortuoso, formado por tupidos rosales, violetas, curubos, enredaderas y muchas parásitas, y allí rara vez penetraban los rayos del sol. Aparte de este espacioso y elegante baño, llamado del mirador, había en los patios interiores una vasta alberca, de piedra, de 7 por 5 varas de extensión y bastante profunda, cercada por altas paredes cubiertas de enredaderas, macetas y arriate. A esta alberca la alimentaba un arroyo de agua cristalina que descendía por un tubo de ocho pulgadas de grueso. En frente de la puerta de entrada había un gran estanque circular donde nadaban alegremente lindas aves acuáticas alrededor de una hermosa fuente de mármol blanco. Había una rica biblioteca, magníficas pinturas, billares, espaciosas caballerizas, lujosos muebles, entre ellos la elegante cama de caoba donde dormía el Libertador". 

A fines de 1830, el señor París había cedido la Quinta a la señora Matilde Baños, con el propósito de "ayudar a la instrucción pública". Don José Ignacio París, quien luego amasó una gran fortuna en la explotación de las minas de esmeraldas, continuó al parecer con el control de la Quinta y mostró interés en mantenerla como una propiedad distinguida, para lo cual mandó elaborar en Italia las dos fuentes de mármol blanco, que llegaron a Bogotá en 1846 y se instalaron en el patio principal. La estatua de bronce, obra de Pedro Tenerani, la primera que se fundió del Libertador, también fue traída por París para adornar el patio de la Quinta, pero cuando llegó a Bogotá y se observó que era una obra maestra, la donó al Congreso, el cual dispueso que se colocara en la plaza principal de Bogotá. 

Solo hasta 1850 se vuelve a tener noticias de la Quinta, cuando era utilizada como lugar de reuniones de la Sociedad Filotémica, que era una asociación dirigida por el partido conservador y que reunía a los jóvenes de la élite capitalina, para combatir a las Sociedades Democráticas liberales que agrupaban a los artesanos. Posteriormente, entre julio de 1853 y abril de 1854, funcionó allí el colegio de Santa Ana, para señoritas, regentado por la institutriz Ana Parini de Lasalle, pero el golpe militar de José María Melo obligó a su clausura. Precisamente allí fue socorrido el general Tomás Herrera, herido gravemente en el barrio de las Nieves.

Doña Manuela París de Tanco, hija de José Ignacio París, mantuvo la propiedad de la Quinta hasta el 5 de noviembre de 1870, cuando la vendió a Diego Uribe. Este acaudalado bogotano hizo numerosas reparaciones, siendo la más destacada la total reconstrucción del mirador, proveyéndolo de cristales, elementos de que carecían sus ventanas. Algunas crónicas aseveran que fue entonces cuando se sembraron los pinos cercanos al mirador. Pero las reformas que se hicieron en la parte alta del jardín cuando la Quinta se destinó a casa de salud, perjudicaron a los árboles en sus raíces. Más tarde, el 26 de noviembre de 1878, los herederos de Diego Uribe vendieron la Quinta a Manuel Plata Azuero. Dos años después, el 8 de marzo de 1880, Azuero vendió la propiedad a Nicolás Vargas, en compañía de Vladislao Posada. El 9 de noviembre de 1880, Posada vendió sus derechos por la mitad de la propiedad a Jasón Gaviria. En la escritura de esta venta se firma que con posterioridad al 29 de mayo de 1880, "se han hecho otras mejoras y se han puesto en ella cueros y varios otros muebles". 

Es en este año de 1880 cuando José Caicedo y Rojas nos deja consignada la decadencia de la casa: "Esa Quinta, que ya ha sufrido varias transformaciones por haber pasado por distintas manos, y donde no se ven ya sino pocos de esos árboles seculares, ni existen las fuentes y surtidores de mármol con que la adornó D. Enrique, hijo de D. José Ignacio...Esas memorias de mejores días hacen ingrato contraste con las tristes impresiones de los tiempos presentes: todo allí ha cambiado, todo me parece hoy desierto y caduco. El verde césped de sus contornos está marchito y hozado por los cerdos; las solitarias y vírgenes oirllas del riachuelo, profanadas por plantas vulgares y por manos bárbaras que han destruido sus arbustos y maleza; el agua misma, ya escasa y mugrienta, revela la proximidad de barracas miserables a donde el creciente empuje de la población ha arrojado la multitud de gentes andrajosas y degradadas. Esos entornos pintorescos son hoy casi un barrio de la ciudad, que cuando era capital de la antigua Colombia tenía treinta o cuarenta mil habitantes, y hoy tiene cien mil. Los salones y comedores de la casa, antes animados y bulliciosos, han cambiado de aspecto: allí donde se veían reunidos los hombres más prominentes de la gran República, alrededor de Bolívar...allí las exigencias del gusto moderno se han sustituido a la belleza peculiar característica de esa época y de la anterior. Ni la biblioteca de Bolívar, ni las pinturas, ni los billares, ni las espaciosas caballerizas, nada de eso existe, según creo. Hasta el gran torrente de agua que en el patio interior caía estrepitosamente y esparcía en toda la casa y jardines un rumor apacible y delicioso, ha sido suprimido hace algún tiempo. Del gran estanque circular que hizo Enrique enfrente a la puerta de entrada, donde nadaban alegremente varias aves acuáticas alrededor de una gran fuente de mármol blanco, no queda sino el plano y su fondo cubierto de hierbas". 

Entre tanto, la Quinta seguía cambiando de propietarios y de destino. El 29 de septiembre de 1891 Jasón Gaviria vendió a Juan N. Rodríguez N. la propiedad "con sus casas, cercas, aguas, vertientes y corrientes y demás anexidades y derechos de servidumbre y una fanegada de tierra, poco más o menos, que al Oeste o sea al frente de la portada de la quinta forma la plazuela de ella...". Fue por entonces que allí funcionó lo que entonces se llamaba Casa de Salud, para lo cual se hicieron algunas obras en los jardines cercanos al mirador. El 21 de octubre de 1898 vuelve a cambiar de propietarios, cuando lo compran Carlos y Teófilo Moncada. En ese entonces comenzó a funcionar allí una "fábrica" de una bebida fermentada que imitaba a la cerveza, y se llamaba pita o cabuya y que llevaba el nombre de "Bolívar". Cuando el 3 de mayo de 1906 compra la Quinta el señor Carlos Moncada, ya había cambiado de actividad, y funcionaba allí una empresa de tenería, que se dedicaba a la curtiembre de pieles, para lo cual aprovechaba las corrientes de agua y las albercas que alguna vez había utilizado el Libertados para sus baños. 

Así llega la propiedad a manos del doctor Alfonso Robledo, el 21 de matzo de 1919, cuando adquiere la Quinta para ser destinada a honrar la memoria del Libertador. Entonces, en la escritura N°529, se dice: "Que en esta venta queda comprendida la parte del edificio donde se halla la Empresa de Tenería [...] pero excluyendo dos pabellones que quedan hacia el costado Norte de ella [..] Son propiedad del doctor Manuel Vicente Peña, actual arrendatario de la finca". Esta compra se decidió a finales de 1918, cuando la Academia de Historia y la Sociedad de Embellecimiento, hoy de Mejoras y Ornato, al tener noticias de la posible compra de la Quinta por parte de unos extranjeros, propusieron la idea de que el Estado la adquiriera para instalar en ella un museo bolivariano. La idea fue aceptada, pero, debido a la penuria del gobierno, Alfonso Roble, miembro de la Sociedad de Embellecimiento, facilitó la compra del inmueble. Tres años después, el 15 de mayo de 1922, se hace el traspaso definitivo al Estado. Con esto termina el período de decadencia de la Quinta.

Bibliografía

Caicedo y Rojas, Jose. Memorias de un antiguo colombiano. Bogotá: Librería Americana, 1880.

Ortega, Daniel. Cosas de Santafé de Bogotá. Academia de Historia de Bogotá, 1990.

Posada, Eduardo. Narraciones. Biblioteca de Bogotá. Bogotá: Villegas Ediciones, 1988.

Torres de Ospina, Diana de los Ángeles. "Las voces de la Quinta". En: Bogotá, Historia común. Bogotá: Departamento Administrativo de Acción Comunal Distrital, 1998.

Escrituras de la Quinta de Bolívar. Archivo Sociedad de Mejoras y Ornato, Bogotá.