El suceso dio lugar a la publicación del primer periódico 

Por: Sara Gonzalez Hernandez

El doce de julio de 1785, siendo las "ocho menos cinco minutos de la mañana" se experimentó "en la capital un terrible terremoto cuya duración sería de tres a cuatro minutos", ocasionando "daños considerables en casi todos los edificios de la ciudad, [en los] conventos, y las torres de casi todas las iglesias quedaron en ruinas".

Bajo los escombros mucha gente quedó atrapada. Lograron salvarse sólo quienes se escondieron en los confesionarios, debajo de las sillas y en refugios de ocasión. Muchos fueron los heridos y lesionados. Cayeron las torres de los conventos de San Francisco y Santo Domingo y se derrumbó la iglesia de Guadalupe. "La iglesia Catedral se ha tenido bastante, pero su torre se ha abierto de modo que se necesita descargar". Tampoco se salvó el palacio del arzobispo–virrey, el cual debió ser deshabitado y, un año después, por una de sus amplias grietas, entraron las llamas que lo devoraron por completo.

Los pueblos de la Sabana de Bogotá tampoco se salvaron del movimiento telúrico y sus construcciones quedaron arruinadas. Los testimonios también dan cuenta que en esta misma Sabana la tierra se abrió en grandes bocas y que una de ellas "se comió a un jinete y a su caballo".

Aterrorizados, muchos sacerdotes que sobrevivieron se lanzaron a las calles exclamando que el temblor se repetiría y con mayor rigor. A causa de estas alarmas, muy pronto la ciudad quedó vacía y las afueras se llenaron de toldos a semejanza de un campamento gitano. El lamento general se visualiza a través de las siguientes palabras que registró un escribano de turno: "Todo ha sido confusión y lastimoso estrago".

Pero como siempre ocurre, varias edificaciones resistieron las ondas sísmicas. Se mantuvieron en pie la fábrica de la iglesia de Santo Domingo, y la fábrica de Salitres, y para bien de pocos y tal vez mal de muchos, resistieron hasta el final la real fábrica de pólvora y su almacén, así como la Administración General de Aguardiente, "en la cual después de un prolijo reconocimiento se advirtieron algunos daños que no causaron cuidado ni impiden las maniobras de la fábrica, en la que continúan las destilaciones y demás operaciones anexas". Una de las rentas más pingües del virreinato se había salvado.

Este acontecimiento, sin duda, alteró la vida cotidiana de la ciudad y se convirtió en motivo habitual de conversación. Rumores y chismes iban y venían, cada quien ofrecía su versión aumentada o disminuida. Se llegó a afirmar que el temblor "duró más de siete minutos". No faltó quienes afirmaron que se trataba de un castigo de Dios, pero para otros, aquello había sido asunto solo del diablo pues en vez de salvar las iglesias protegió destilerías de aguardiente y fábrica de pólvora.

El fanatismo religioso hizo que la gente se dedicara a orar con mayor ímpetu y tal vez, como había ocurrido con el "riguroso terremoto que azotó la ciudad de la Trinidad de los Muzos, el 3 de abril de 1646, se realizaron interminables procesiones e incontables ceremonias religiosas", y los púlpitos se colmaron de sermones con insistentes alusiones a la urgencia de mantener "una arreglada vida y costumbres".

El terremoto había desnudado todos los imaginarios de las gentes del común y de las autoridades coloniales. El suceso causó tan profunda conmoción, que dio origen al primer impreso que se hizo en la Nueva Granada: "El aviso del terremoto", del cual se publicaron tres ejemplares. Además, por la misma época, a este movimiento de la naturaleza se sumaron otros devastadores movimientos cuyo origen fue directamente la mano del hombre: una real orden peninsular mandó recoger y quemar ciertos libros "dañinos, como las enseñanzas de Copérnico, la Filosofía del derecho natural, la Enciclopedia y las obras de Montesquieu", entre otras.

El terremoto había dejado sus secuelas en el mundo de las ideas y la política. De una parte, por esa época se amplió la censura al conocimiento y a la ciencia; de otra, la publicación del Aviso del terremoto conmovió al mundo de las ideas clandestinas al propiciar el uso de la imprenta y la difusión, nueve años después, de los Derechos del Hombre y del Ciudadano por Antonio Nariño.

Otros testimonios similares al del sismo de 1785 reposan en el Archivo General de la Nación de Colombia. Allí se custodian registros de múltiples acontecimientos, entre otros, de varios desastres naturales que permiten recrear las formas como los grupos urbanos y rurales asumían sus temores frente a la naturaleza incontrolable. Catástrofes que hacían morir de miedo y espanto a los indígenas, que hacían caer las cimas de las montañas tapando ríos caudalosos o reventando y secando fuentes de agua, tal como ocurrió en otros movimientos telúricos, en otras provincias y ciudades.

UN INFORME DEL TERREMOTO

Excelentísimo Señor

Muy Señor mio : Habiendose

experimentado en esta capital el dia 12 del que

sigue, como a las siete y tres cuartos de la

mañana un terrible Terremoto cuya dura-

ción sería de tres a quatro minutos, há

ocasionado daños considerables en casi todos

los Edificios de esta Ciudad, Torres, y Conven-

tos principalmente el de Santo Domingo, cuya Iglesia

ha quedado arruinada en la mayor par-

te; por cuyo motivo pasé promptamente a la Administracion

Principal de Aguardientes acompañado

del Comandante de Artillería Don Domingo

Esquiaqui, como sujeto dotado de tan

Bellas luces para discernir qualquiera

Daño que allé se hubiese padecido; y aunque

después de un prolijo reconocimiento se advirtieron

algunos, no causaron cuidado, ni

impiden las maniobras de la fábrica,

en la que continuan las destilaciones

y demás operaciones a ella anexas,perosi se

han dado las providencias que se han tenido

por oportunas , para que sin pérdida de tiempo

se proceda ahacer los reparos necesarios.

Lo que participo a vuestra exelencia en cumplimiento de

Mi obligación .

Dios guarde a V:E: muchos años como deseo.

Santa Fé 19 de Julio de 1789

[....] su más atento servidor

 

Dr. Antonio Escallón.

Excelentísimo Sr. Don Antonio Cavallero y Góngora

ARCHIVO GENERAL DE LA NACION

Colonia, Milicias y Marina, t. 149, Fl. 75 r –v.