Por: Marta Fajardo de Rueda.

 

El ejercicio de la pintura en la Nueva Granada surge al parecer desde los inicios del período colonial. La investigación en este campo demuestra cada vez más que las construcciones civiles importantes, y en particular las religiosas, se enlucían con pinturas, primero murales y luego con cuadros y retablos, que más tarde fueron acompañados por esculturas. Los requerimientos de la evangelización propiciaron no sólo la importación de obras, sino también la elaboración de gran número de ellas por artistas locales.

Los grabados fueron casi la única fuente de inspiración para pintores y escultores coloniales. Era este un medio sumamente apropiado de información y difusión sobre los misterios de la religión. Fue así como los artistas tomaron de estos grabados los modelos para las obras que se les encargaban, apoyándose además en las lecturas religiosas y en las orientaciones iconográficas del clero.

La colonización y evangelización de América coincidió con el auge del grabado en Europa. La gran imprenta de Amberes de Plantin-Moretus recibió la concesión del rey de España para hacer llegar al Nuevo Continente tanto los libros religiosos ilustrados como grandes cantidades de láminas sueltas con las imágenes sobre la vida de Cristo, de María y de los santos. La investigación histórica permite hoy confrontar una buena parte de obras realizadas en las colonias con los respectivos grabados originales. Gracias a estas fuentes es posible desentrañar importantes aspectos relacionados con la formación del arte nacional. A través de estas confrontaciones puede establecerse cómo los artistas desarrollaron el sentido del dibujo, de las proporciones y de la composición, introduciendo con frecuencia su aporte individual, que las hace distintivas y meritorias.

Sin embargo, los grabados no constituyeron la única fuente de inspiración. A través de los encargos de las comunidades religiosas y de los particulares, llegaron también a América numerosos cuadros originales en un soporte que, si bien cayó en desuso, gozó en Europa de singular importancia durante los siglos XVI, XVII y XVIII. Se trata de las pinturas trabajadas sobre láminas de cobre.

Este novedoso recurso ofrecía a los hábiles artistas infinitas posibilidades. Los formatos eran por lo general pequeños, por lo que se hicieron fáciles de transportar, favoreciendo su comercio. La consecuencia más inmediata fue que a los pintores, particularmente los "de género", les facilitó el trabajo en conjunto. Algunos se especializaban en temas relacionados con la fauna o la flora, dejando a otros la representación de los personajes, en especial en las obras de carácter mitológico. Probablemente por su textura y menor vulnerabilidad, muchos pintores lo prefirieron a los soportes tradicionales de lienzo o madera.

En cuanto a la calidad de la pintura, el nuevo material comenzó a revelar sus condiciones particulares. A diferencia de los otros soportes, al colocar la pintura sobre el cobre, ésta no se absorbe, condición que permite un trabajo más preciso y en el que a su vez se puede jugar con las sombras , las luces y los brillos, como si se tratara de verdaderas joyas. La pintura al óleo sobre cobre llegó a ser un ejercicio altamente estimado por las calidades que podían extraerse. A las delicadas texturas, tonos y trasparencias que permitía el medio se sumaba la firmeza del material. El dúctil metal facilitaba por lo demás la elaboración de novedosos formatos. De allí que sirviera para hacer medallones, tapas de cajas, regalos variados para la nobleza y el clero y objetos de culto de caprichosos diseños. Por todo ello, grandes artistas del Renacimiento y del Barroco, como Gerard Ter Borch, Paul Bril, Jan Brueghel I y Jan Brueghel II, Annibale Carracci, Jean-Simeon Chardin, Pieter Claesz, Domenichino, Adam Elsheimer, El Greco, El Guercino, Frans Hals, Claudio de Lorena, Bartolomé Esteban Murillo y Rembrandt van Rijn, entre otros, dekaron obras notables en este soporte. Recientemente una exposición del Phoenix Art Museum (1999) ha permitido apreciar una muestra muy representativa de este género.

Diversas circunstancias favorecieron el desarrollo de un gran mercado mudial del cobre. El arte y la técnica se vieron pronto beneficiados por la existencia de este material, que combinaba cualidades excepcionales. La facilidad de su transporte sin los riesgos de los soportes tradicionales, contribuyeron a su difusión, llegando en número importante a las colonias de América. Las obras más antiguas registradas en Colombia durante el periodo colonial proceden de Italia, Flandes y Holanda. Como la técnica se reconoció ráipdamente, los artistas coloniales comenzaron a trabajarlas por su cuenta. A la producción local se sumó probablemente la de los artistas de los virreinatos de Lima y de Nueva España.

Buena parte de la obras europeas fueron elaboradas en forma de conjuntos o series. En ellas se representaban la vida de Cristo, de la Virgen María o de algunos santos. Pero se hicieron también muy populares los pequeños cuadros de devoción en los cuales, por lo general con extraordinaria delicadeza, se pintaban las figuras de un solo santo o santa preferidos por los fieles. En el primer caso, probablemente imperaba el encargo para enlucir algún altar y en el otro, para las devociones particulares.

Nuestro patrimonio artístico colonial conserva algunas obras notables. Unas de procedencia europea y otras trabajadas por anónimos artistas coloniales. Ojalá los estudios sobre este tema avancen y nos permitan conocer el destino de otras obras que permanecen aún ocultas.

Entre las más notables sobresale la serie de la llamada Capilla del Chapetón, de la Iglesia de San Francisco en Bogotá. Según Francisco Gil Tovar, este conjunto de ocho cuadros es obra de un artista flamenco del siglo XVI llamado Gerard de Lavallé. Es probable que los temas elegidos obedezcan a un programa. Como no se ha precisado si posee un significado de conjunto, los temas allí representados parecen dispersos. En ellos se entremezclan escenas de la vida y pasión de Cristo, con momentos cruciales de la vida de algunos santos. En primer lugar, hay una excelente pintura que representa a la Piedad. Le siguen la misa de San Gregorio, el milagro de las bodas de Canaán y el milagro de Soriano. En el lado opuesto se encuentran escenas sobre las tentaciones de San Antonio Abad, la penitencia de San Pedro, Santiago en la batalla de Clavijo y San Francisco recibiendo los estigmas. Esta última obra parece inspirada en el mismo grabado que sirvió de modelo para uno de los retablos más interesantes del altar mayor de la misma iglesia, y que procede del artista Luc Vostermann. Curiosamente, la pintura mencionada es más fiel a su probable modelo que el retablo, en el cual el artista se mostró mucho más expresivo y elegante, tanto en la postura del brazo del santo ante el resplandor divino, como en el escenario de diversos elementos, en particular de fauna y frutos. Esta misma escena de los estigmas de San Franciso inspiró a Gregorio Vásquez de Arce y Ceballos, quien le dio sin embargo otra interpretación. Con soporte de cobre, de este artista la colección del Banco de la República conserva un bello cuadro de Santa Rosa de Lima.

Otras obras notables que se hallan en Bogotá son las escenas sobre la vida de la Virgen María que hicieron parte durante muchos años del altar mayor de la ermita de Egipto, y que la tradición atribuía al taller de Rubens, y un legado de obras de devoción que se conserva en el Museo de Arte Colonial. En este último caso se trata de una interesante muestra de pequeñas pinturas, aún no debidamente estudiadas, que denotan una procedencia muy diversa. Si bien es probable que algunas sean europeas, no hay duda de que otras fueron producidas en talleres americanos, de Quito, Lima o Santafé.

Se refieren a las advocaciones marianas. Así, encontramos dos versiones de la Inmaculada Concepción, una de ellas más elemental que la otra, aunque en las dos se advierte la influencia de los grabados de Rubens. La Virgen del Rosario, coronada por ángeles, fue trabajada sobre fondo dorado con finas pinceladas y enlucida además por un marco de carey, que sin duda procede de un taller colonial. La Virgen Orante lleva una diadema con inscripciones alusivas a su grandeza. Sobre la vida de Cristo, es muy interesante la Piedad, en la cual el cuerpo de Cristo ha sido trabajado con gran perfección. También se conservan un Descendimiento, con una técnica muy curiosa, y una escena del Via Crucis.

Como infortunadamente los datos sobre la historia de las colecciones de nuestros museos son tan escasos, no es posible conocer la procedencia de la mayor parte de las obras. Se ha encontrado una pequeña pareja de santos cuya factura muestra algo en común, que podría indicar que hicieron parte de un mismo altar. Se trata de San Antonio y de María Magdalena. Hay dos bellas imágenes de santos exaltados por los jesuítas. Se trata de San Juan Crisóstomo y San Luis Gonzaga, en cuya delicada representación en compañía de una cruz y de tres angelitos, se revela su probable procedencia quiteña. También se destaca un San Jerónimo. En este pequeño formato, hasta hace muy poco tiempo conservaba el Museo tres medallones de monjas.

Otro notable conjunto lo constituyen los cuadros de la vida de la Virgen que trabajaron en el siglo XVIII los hermanos Antonio y Nicolás Cortés, inspirados en otra serie de grabados alemanes de los hermanos Klauber, conjunto que se encuentra en el Museo de Arte Religioso Arquidiocesano de Popayán. Como pieza muy singular, este mismo museo conserva un precioso "limosnero" en plata, cuya pintura fue elaborada sobre lámina de cobre que representa un santo Ecce Homo.

Cada día nos acercamos más al conocimiento de otro tipo de obras que debieron circular por las colonias, sobre las cuales muy poco ha dicho nuestra historia del arte, tal vez porque tan sólo hasta ahora se cuenta con algunos documentos de archivo para demostrar su existencia. Se trata de temas profanos. Unas veces relacionados con el paisaje, otras con retratos, naturalezas muertas y temas mitológicos. Altamente sugestivas resultan al respecto las referencias encontradas en documentos notariales de Santafé por María del Pilar López: "Seis cuadros apaisados, en vara y media de largo dos tercias de ancho con marcos angostos dorados, que al parecer representan la ciudad de Nápoles por diferentes partes [...] dos retratos de Heráclito y Demócrito con marco dorado (Testamentarias de Cundinamarca t. 3 f. 403 r.v. de 12 de 1792) o "seis países [paisajes] de dos varas de largo y sus marcos dorados y azules de guerras de los Hebreos" (t. 19 ff. 894 v., de 1793).

Bien podría pensarse que se tratara de grabados. Pero, habida cuenta de la actualidad de que gozaba la pintura sobre cobre, menciones como las presentes, ¿no sugieren acaso la posibilidad de que hubieran circulado obras en las que ocurriera ese feliz encuentro entre el tema profano y el novedoso soporte de la lámina de cobre, tan difundido entonces para tales asuntos?

BIBLIOGRAFIA

GIL TOVAR, FRANCISCO. La Pintura Flamenca en Bogotá. Bogotá: Ediciones Sol y Luna, 1964.

KOMANECKY, MICHAEL K. et alt. Cooper as Canvas. Two Centuries of Masterpiece Paintings on Cooper 1575-1775. Phoenix Art Museum. New York y Oxford: Oxford University Press, 1999.

LOPEZ P., MARIA DEL PILAR. "Los enseres de la casa en Santafé de Bogotá, siglos XVII y XVIII, en el Nuevo Reino de Granada". Revista Ensayos, Nº 3. Bogotá, Instituto de Investigaciones Estéticas de la Universidad Nacional de Colombia, Imprenta Patriótica del Instituto Caro y Cuervo, 1998.